Cuando alguien dice "me parto de risa", nadie piensa que esa persona se está partiendo en dos trozos, sino que algo le está produciendo una risa tremenda. Esto de forma más frecuente de lo que pensamos. No me refiero al partirse de risa, sino a interpretar lo que nos están diciendo de forma no literal. Lo hacemos tan rápido, que cuesta pensar que puede haber una interpretación diferente a la figurada.
La forma en la que nuestro cerebro entiende lo que otro nos está diciendo ha sido objeto de estudio desde hace mucho tiempo. Hay muchos modelos diferente sobre cómo podría ocurrir este proceso, unos más eficaces que otros, pero ninguno perfecto. No sabemos exactamente cómo se desarrolla.
Algo que nadie pone en duda en estos tiempos es que el ser humano es una máquina que ansía entender los mensajes lo antes posible aunque a costa de ello haga una interpretación equivocada de lo que oímos. Es decir, no nos quedamos esperando a que la otra persona acabe una frase para interpretarla. Lo vamos haciendo a la vez que la frase nos va llegando. Incluso, a veces con solo unas frases ya esperamos oír un final y si este no se produce, nos sorprende. Es un recurso muy habitual usado por los monologuistas en sus espectáculos. Nos conducen a una situación en la que todos esperamos el final para terminar de una forma absurda e inesperada, lo que nos provoca la risa.
Como nos podemos imaginar, en ese afán por interpretar el mensaje lo antes posible incluso sin datos suficientes, se producen muchos errores. Por eso, hemos desarrollado algunos mecanismos a través de los cuales reducir ese margen de error. Recordemos que los seres humanos no somos máquinas eficaces, sino eficientes. O sea, no somos máquinas que hacen las cosas bien siempre, sino lo mejor posible en el mínimo tiempo.
Uno de esos mecanismos para mejorar la comprensión es el uso del contexto. Sin darnos cuenta, de nuestro entorno o del lugar donde se produce la comunicación estamos sacando datos que nos ayudan a interpretar correctamente el mensaje. Hasta tal punto, llevado al extremo, que hay palabras que en determinados lugares, significan cosas completamente diferentes. Valga como ejemplo el que Málaga es la única ciudad del mundo donde puedes desayunar un pitufo y una nube.
Pero no hace falta ir al extremo, constantemente estamos recogiendo información de nuestro entorno para usarla en la comprensión del mensaje. En este tiempo en el que vivimos en el que dentro del marketing es tendencia el llamado marketing de contenidos, es fácil dejarse llevar y pensar que el contenido de, por ejemplo, un blog es lo importante. Quedando el diseño en un segundo plano o al menos a la misma altura. Nada más lejos de la realidad.
El contexto del contenido de un blog es el diseño. O sea, de él vamos a sacar claves que nos ayuden no solo a interpretar su mensaje sino incluso a darle o no credibilidad a lo que en él se dice. Luego ¿es el contenido lo importante? Lo único importante desde luego que no. A lo sumo es igual de importante que el diseño, pero nunca más. El contenido no es el rey, creerlo a pies juntillas es un error.
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