Hemos hablado en varias ocasiones de estudios de
neuromarketing aplicados al sector gastronómico, especialmente al test del
sabor. Hemos comentado cómo incluso se comienza a usar la electrogastrografía
para medir los movimientos del estómago y, por tanto, tener una medida objetiva
de eso que denominamos “comer por los ojos”. Pero el plato en sí y su aspecto
no es lo único que influye en la percepción del sabor.
Cuando hablamos de percepción, en realidad estamos hablamos
de algo construido por nuestro cerebro a partir, normalmente, de diferentes fuentes. No hablamos de colores, sino de percepción del color porque es algo
que nuestro cerebro construya a partir del reflejo de la luz en los objetos y
que no construye solamente con lo que llega a nuestras retinas, sino que es en
el procesamiento posterior tras haber intervenido otros factores incluyendo el
conocimiento previo que tenemos acerca de lo que estamos viendo, cuando se
construye eso que denominamos percepción del color. Simplificando mucho
podríamos decir que el color no existe, es algo que construye nuestro órgano
maestro.
A partir de lo anterior, cuando hablamos de percepción del
sabor, el lector podrá intuir que eso que denominamos sabor no es algo que creamos a través únicamente de lo que ocurre en nuestra boca, sino que es algo
que nuestro cerebro construye a partir de múltiples fuentes. Antes de comer
algo nuestro cerebro está anticipando cómo va a saber usando, entre otras
cosas, nuestro conocimiento previo. O sea, que anticipamos el sabor de algo a
partir de cómo sabemos que saben otras cosas similares. Por eso en la alta
cocina muchas veces se busca sorprender al comensal jugando con el aspecto,
aromas y texturas. Anticipamos un sabor que luego no se corresponde con lo que
comemos (en estos casos para bien) y construimos una experiencia mucho más
positiva de eso que comemos.
Si en la percepción del sabor no influye solo la información
que llega a través de nuestras papilas gustativas, entonces cabe plantearse la
siguiente pregunta: ¿Se puede influir en la percepción del sabor alterando el
entorno donde este se presenta? La respuesta, como podrá imaginarse, es que sí. No hay un elemento que influya más que otro en la percepción
del sabor porque ésta se construye a partir de muchos elementos, pero sí que
hay uno que tiene una clara influencia y en la hostelería suele tenerse poco en
cuenta y es el ruido de ambiente.
A mayor ruido ambiental (más decibelios) para el mismo plato
la percepción de sabor suele ser más negativa. En un estudio reciente donde con
cascos NIRS pulsómetros y galvanómetros se realizaba una cata del mismo plato
en personas privadas del sentido de la vista y equipados con unos auriculares,
se observaba como el mismo sonido constante hacía que la activación emocional
que provocaba un sabor intenso y conocido era menor en los grupos en los que el
sonido se había emitido por los auriculares a un volumen mayor.
¿Tienen en cuenta los restaurantes al diseñar sus salas que
hay mucho ruido en ellas la percepción de sabor será peor? Por desgracia, en la
mayoría de ocasiones no. Si el mismo plato le supo más rico aquel día que
estaba prácticamente el restaurante vacío, ahora puede empezar a sospechar que
no solo la cocina fue la responsable.
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